Pregunté ayer a unos amigos por qué
preferían que retornara el Kirchnerismo y no que continuara
Cambiemos. Antes de las PASO (elecciones primarias) les había hecho la misma pregunta y me
habían respondido que querían que se vaya Macri. Insistí con mi
pregunta días después interrumpiendo su festejo por la victoria de
los Fernández. Recordé que una elección no consiste en decidir
quién se va sino fundamentalmente quién entra.
Entonces pregunté de nuevo:
concretamente ¿qué le ven de mejor a los Fernández que a
Macri-Pichetto? ¿Por qué es mejor Kicillof que Vidal?
Uno me respondió que la cuestión ya
estaba saldada, que el pueblo ya se había pronunciado, que era
soberano y que había que respetar su decisión. Un joven seguidor de
la multimillonaria Cristina Kirchner se burlaba del fracaso de la
oligarca Eugenia Vidal. Otro adherente al partido ganador añadió
que quien va a gobernar es Alberto. Descartó que Cristina Kirchner
pueda tener incidencia en sus decisiones, más allá de haberlo
elegido a él y al resto de la lista. Fuera del nombre de Alberto,
los demás integrantes de la boleta no le despertaron curiosidad.
Alberto goza por ahora de la enorme ventaja de que sus seguidores lo
creen ajeno el resto de su lista.
Estas respuestas de mis amigos no
aclararon del todo el misterio de sus preferencias, pero me hicieron
pensar.
El 47 por ciento del pueblo...no es el
pueblo
Una de las respuestas del amigo que
celebraba con el “vamos a volver” me hizo reflexionar sobre lo
que entendemos por “pueblo”. En inglés people abarca a
toda la población, y es una palabra plural. Un error típico de
quienes aprenden inglés es decir “people is...” En inglés el
pueblo no es una entidad, son muchos individuos pero no una masa
uniforme que pueda ser designada como unidad. En cambio en español
“pueblo” es singular. Siempre me pareció que esos diversos modos
de hablar indicaban una profunda diferencia cultural. En alemán,
Volk es también un ente singular. Quizá también eso sea indicativo
de una confusión básica que los alemanes tardaron en superar.
Pero más revelador todavía es que en
el uso argentino, “el pueblo” no sólo es singular, sino que
no abarca a todos. Suena raro que alguien se refiera a los habitantes
de un lujoso barrio privado como parte “del pueblo”. Pueblo es
una parte de la población (no abarca a “los ricos” ni a “los
antipatria”) y por eso cuando uno quiere referirse a todos sin
excepción debe decir “gente” que también es singular pero no
excluye a nadie.
Ahora bien que el 47 % de los que
votaron en las PASO sea “el pueblo” ya es una exageración,
incluso para los extraños modos de ver las cosas que hay en
Argentina. El 47 % alcanza para ganar en primera vuelta conforme las
reglas electorales vigentes (basta con el 45 %) pero todavía no
hemos excluido del concepto del pueblo al 53 % de los votantes ¿o
si?
El voto es una decisión individual
Desde siempre elegir a los gobernantes
ha sido una decisión que hace cada individuo. No se entra en grupo
al cuarto oscuro. Por eso cuando uno pregunta por qué es mejor un
candidato que otro, es extraño que la respuesta sea que ese es el
candidato que quiere el pueblo.
Y sin embargo...ya no es tan claro que
la decisión sea individual. La propia simpatía por un partido o por
otro tiene mucho de grupal. Las personas que tienen opiniones
distintas a las de los demás en su grupo familiar o de amigos
necesitan tener cierto grado de autonomía que no todos encuentran
posible mantener. El calor que da compartir las mismas opiniones
aveces es más atractivo que el aire refrescante de la independencia
de criterio.
Tampoco es tan raro que alguien
elija un candidato porque es el que prefiere “el pueblo”, cosa
que sería absurda si “el pueblo” abarcara a todos los votantes.
Es incómodo y hasta doloroso que a uno lo coloquen afuera o como
contrario “al pueblo”. Ese factor opera en todas las edades, pero
es más fuerte entre los que más sienten la presión de los pares,
los jóvenes.
Hay una carta que, bien jugada, lo hace
a uno “del pueblo” más allá de su modo de vida o fortuna: ser
peronista lo coloca a uno en ese lugar codiciado. Podrá entonces
estar uno equivocado, pero sus sentimientos, que son lo relevante (?)
son los correctos. La periodista Silvia Mercado ha escrito que “En
Argentina, se te perdona todo, menos que hables mal de Perón y el
peronismo. El mote de 'gorila' es como si te dijeran 'judío' en la
Alemania Nazi” (El Relato Peronista). La historiadora marxista
Marina Kabat ha señalado en un excelente libro el temor de la
izquierda argentina a criticar al Peronismo (Perónleaks).
No es tan extraño entonces que alguien
sostenga que elige a fulano porque lo quiere el pueblo, que ya sabemos
no es todo el mundo, sino que puede ser el 47 %, o incluso menos. Sin
embargo esto es altamente peligroso; degrada la democracia porque
sustituye la reflexión de cada uno, que además es una
responsabilidad. Si uno comete un error, no lo sufrirá solo. Elegir
un gobierno es elegir para todo el país. En eso se diferencia de la
elección de un cuadro de fútbol. Es una responsabilidad como
ciudadano.
Y eso nos lleva a otra respuesta
extraña.
Ah no sé, a mí me iba mejor
Una señora inmigrante me contó una
vez que su padre permaneció toda la vida como simpatizante del
nazismo, incluso después de terminada la guerra en la que murieron
personas de todas las naciones, incluyendo millones de alemanes. Su
motivo era el siguiente: el hombre tenía una granja y había
contraído una deuda con un banco judío. El gobierno de Adolf Hitler
resolvió que no era necesario que la pagara. El hombre permaneció
toda su vida -murió en Argentina- leal al nazismo.
Hitler habrá hecho otras cosas, no lo
sé. No me consta, a mí me iba mejor.
Hay en eso una grave confusión. Cierto
que el voto es una decisión individual, pero no puede (no debe)
estar basada únicamente en la conveniencia individual. Si un
demagogo promete “poner plata en el bolsillo” (del votante, no
del candidato), o un puesto en la municipalidad, eso no marca el
argumento final que se necesita para decidir el voto.
Escucho a veces decir que de esa
responsabilidad y reflexión está exenta la persona que se encuentra
en la pobreza; que no se pude culpar a la persona que decide su voto
porque le prometieron un subsidio, o un empleo en un municipio. Sin
embargo, asumir que ser pobre lo hace a uno irresponsable es la forma
segura de degradar tanto a los pobres como a la democracia.
Además se habla como si Argentina
fuera una república del siglo XIX, sin asistencia estatal para los
más pobres. Desde hace décadas Argentina tiene un extensísimo
conglomerado de sistemas de asistencia social, cada vez más grande e
indiscriminado, y que algunos afirman se realimenta a sí mismo,
creando más pobres que atender cada año. Se pagan millones de
jubilaciones sin aportes, planes sociales cuyo número es difícil de
saber, asignación por hijos, transporte para estudiantes, energía
aún hoy parcialmente subsidiada para toda la población y además
con tarifas sociales para los que tienen menos recursos, absorción
por el Estado de créditos impagos, y un larguísimo etcétera.
Días antes de la elección PASO, el
gobierno de la Provincia de Santa Cruz pasó a planta permanente a
todos sus empleados contratados. Sin embargo, incluso antes de
hacerlo tuvo que pedir fondos para pagar los sueldos. Ganó las
elecciones.
Ninguno de mis amigos mencionó las
tarifas de luz y gas como motivo para su elección. O ese factor no
fue relevante, o sí lo fue pero cuesta reconocerlo. El deseo de
buena parte de la población no es que se mejore o se extienda el
sistema de tarifa energética social; se quieren tarifas subsidiadas
para todos y todas (y a la vez pagar menos impuestos). Argentina
brinda “gratuitamente” a todos los habitantes beneficios que
países desarrollados sólo brindan a los que demuestran no poder
pagarlos. Eso, a pesar de que Argentina no tiene los recursos de un
país desarrollado ¿Habrá una conexión entre esas dos cosas?
“Hay muchos que la están pasando
mal”. Cierto y eso no empezó ayer. Argentina lidera desde hace más
de medio siglo el selecto grupo de países en vías de subdesarrollo.
La mayoría de los países progresa, otros siempre fueron pobres y no
mejoran. Pero hay muy pocos países que hayan despreciado sus grandes
logros iniciales para emprender el camino cuesta abajo con tanta
persistencia como Argentina. No basta entonces con decir que hay
pobres para elegir un candidato, hay que explicar por qué habrá de
gobernar mejor que los otros.
En la tierra de la demagogia, la
mayoría nunca se equivoca
Uno de los problemas más evidentes de
esta elección PASO es que se tomaron como una pregunta acerca del
apoyo o rechazo al gobierno. Por momentos pareció olvidarse que una
elección, como su nombre ya lo indica, consiste en elegir, no
simplemente en rechazar. Ese modo de presentar las cosas no fue del
todo inocente.
Derrotado por ahora, el gobierno ha
empezado a adoptar por sí mismo las propuestas que se supone
contiene el mensaje de las urnas. Pero como el mensaje es de rechazo,
y como la principal estrategia de casi todos los partidos ha sido no
exponer su programa, la dirección a tomar dista mucho de ser clara.
Cierto, la izquierda ha tenido la sinceridad de hacer sus propuestas,
pero eso explica también los pocos votos que obtuvo.
En estos días tanto políticos
oficialistas como varios periodistas han hecho actos de contrición,
se han declarado arrepentidos, y han prometido cabizbajos no volver a
desconocer el mensaje de las urnas, sea lo que sea que signifique.
Un amigo que apoya al Kirchnerismo me
ha apuntado que el pueblo, o el 47 % o el 45 %, es soberano en su
elección. Esa es una regla constitucional que nadie discute. Si el
candidato elegido es un perro, habrá que aprender a ladrar (mientras
no muerda nuestros derechos constitucionales). Pero ya otra cosa es
decir que la mayoría sea infalible, eso es confundir una regla de
organización política con un precepto moral. Para dar dos ejemplos
extremos: los alemanes que votaron a Hitler cometieron el error de
sus vidas, y los venezolanos que votaron a Hugo Chávez también.
Todos conocemos personas necias,
tercas, o crédulas, y ninguna de ellas se transforma en sabia al
entrar a un cuarto oscuro. Por eso, si bien es comprensible, resulta
triste que un político no pueda decirle a los ciudadanos que están
equivocados. Menos entendible es que lo tengan que hacer los
periodistas.
Hasta las PASO, se debatieron más las
encuestas que los proyectos. Los periodistas parecen haber aceptado
que no les está permitido interrumpir una letanía de críticas con
la pregunta ¿y cuál es su solución a ese problema?
Las omisiones de los libertarios
mediáticos
Si se quiere una muestra de las
confusiones reinantes, tenemos el éxito que tuvieron entre los
seguidores del kirchnerismo las feroces críticas que un grupo de
economistas libertarios hizo al gobierno. Los adjetivos despectivos
hacia “los políticos”, las predicciones de un colapso, y sobre
todo un video que mostraba al gobierno nacional hundiéndose como el
Titanic fueron celebrados tanto o más por los kirchneristas que por
el reducido grupo que adhiere a las ideas del anarco-capitalismo.
Embelesados con las imágenes del
naufragio, esos televidentes parecieron no comprender que lo que esos
economistas criticaban al gobierno era no haber hecho reformas a las
que ellos, kirchneristas, se hubieran opuesto hasta en las calles.
Gozaban la crítica feroz pero omitían analizar la solución
propuesta. También es cierto que en sus arengas contra el gobierno,
los economistas no siempre eran cuidadosos en dejar aclarado que la
otra alternativa mayoritaria era peor.
Se ha debatido si el estilo desdeñoso
de Espert o el desenfado de economistas como Milei o Boggiano, de
gran presencia en los medios, son el mejor método para hacer popular
el liberalismo (ni que hablar del anarco-capitalismo). Evidentemente,
por ahora los adjetivos de “Evita amarilla” y los gritos no han
servido de mucho.
Lo grave es que, en la tierra de la
demagogia, los libertarios mediáticos fueron muy cautos en
confrontar los mitos económicos populares. Buena parte de la
población sigue creyendo en las falacias del mercantilismo y en una
de sus derivaciones más absurdas, que la depreciación monetaria es
una herramienta para lograr competitividad (link a mi nota sobre este tema).
Peor todavía, por ese camino incluso
lanzaron sus propios mitos populistas. Javier Milei sigue afirmando
sin movérsele un pelo de su abundante cabellera que es posible hacer
un ajuste de cuentas fiscales simplemente eliminando los gastos de
“la corporación política” por lo que no sería necesario que el
esfuerzo recayera “sobre la gente”. Mientras la izquierda grita
“qué la crisis la paguen los ricos”, los libertarios declaman
“que la crisis la paguen los políticos”.
Con honrosas excepciones entre las que
se destacan Roberto Cachanosky e Iván Carrino, muchos de los que
debieron haberse dedicado a refutar las falacias dominantes no se
atrevieron ser francos y advertir que buena parte de su público es
el que reclama más subsidios pero menos impuestos. En la tierra de
la demagogia, los libertarios debieron haber aclarado siempre que no
estaban de acuerdo con muchos de los que celebraban sus ocurrencias.
Tampoco pusieron empeño en rebatir los
arraigados relatos sobre nuestro pasado reciente, herramienta
principal para dominar el presente, como lo sabía George Orwell. No
quisieron, no supieron, o no pudieron desmentir la leyenda de
salvador de la patria de la que todavía goza el economista Roberto
Lavagna. No explicaron que el gobierno Kirchnerista no renegoció la
deuda sino que la liquidó compulsivamente con la ley cerrojo. No
debatieron las dudosas ventajas del “trabajo sucio” Duhaldista, y
por eso sigue siendo visto como una solución. Al convertirse en
figuras televisivas, probablemente les resultó difícil a estos
economistas decirle a su público: y ustedes qué aplauden si con
ustedes estoy todavía más en desacuerdo.
Luego de las PASO, guiados siempre por
el supremo principio que prohíbe enfadar al público, los
libertarios mediáticos adjudicaron sus consecuencias a Macri, no a
la elección de la mayoría. No se atrevieron a decirle al público
que el 47 % se pegó (nos pegó) un tiro en el pie. Tuvo que hacerlo
el economista K Alvarez Agis, quien en un lapsus de sinceridad ante
Novaresio dijo que luego de esa elección pasamos a tener un dólar a
precio de pánico (no le preguntaron pánico a qué).
Los libertarios terminaron divididos
hasta llegar al átomo, y parecieron no tener en cuenta que entre los
candidatos a la elección no está Ludwig von Mises, gran economista
muerto en 1973 al que todos ellos admiran. Hay que elegir entre lo
que hay. Y la próxima vez, aclararlo mejor. Quizá todavía hay
tiempo, pero no mucho.