lunes, 21 de agosto de 2017

Intratables, Venezuela, y los límites de la chicana


      La chicana es común en Intratables, pero el viernes 18 de agosto llegó a uno de sus puntos más altos (o debería decir, más bajos). Ese día el programa de TV incluyó un debate sobre la situación en Venezuela luego de que el gobierno de Nicolás Maduro disolviera el Congreso (va el link al final).
      Para quienes no lo conozcan, Intratables es un programa de polémica política, con panelistas permanentes, invitados, y un moderador. Se destaca por el desorden y el griterío, pero es un fiel reflejo de cómo piensan y sobre todo, de cómo argumentan los argentinos. Por suerte, también muestra que no todos pensamos igual.
      El punto máximo al que me refiero, y que me movió a escribir esta nota, se dio cuando una periodista venezolana refugiada en Argentina contó casi sollozando que el gobierno de su país no le daba pasaporte para poder volver. Otra invitada añadió que los trámites para salir o volver a entrar a Venezuela tardaban mucho tiempo, que los papeles necesarios se negaban como forma de controlar y castigar a la oposición. Ante ello la panelista Gisela Marziotta dijo que en Venezuela hay escasez de papel.
      No lo dijo como ironía. Lo dijo en serio, con ese tono docente tan característico de los progres argentinos. El tono condescendiente de quien explica obviedades a gente ignorante.
      Azorada, la periodista venezolana le respondió que sí había papel cuando el gobierno de Maduro decidió imprimir el llamado Carnet de la Patria, obligatorio en Venezuela para poder comprar alimentos, y que además registra si la persona ha votado. Sin inmutarse, con una sonrisa, Gisela Marziotta, le contestó: “ambas cosas son verdad”.
      ¿Se demoran las autorizaciones para entrar y salir de Venezuela por falta de papel? ¿O el motivo no es el papel sino el control totalitario? ¿Ambas cosas son verdad?
      La contradicción no genera aparentemente un problema moral. Buscando información en la web sobre Gisela Marziotta encuentro que es candidata a diputada por el Kirchnerismo y que en una entrevista que le hizo el diario Clarín le preguntaron si criticaba la corrupción en su partido. Respondió: no critico ni dejo de criticar.
      Como dije, más allá del punto máximo alcanzado al discutir los obstáculos para salir y entrar a Venezuela, el programa ofreció un muestrario de las tácticas argumentales en Argentina.
      Uno de los más asombrosos fue la excusa de la falta de información. Preguntados sobre su postura ante las acciones del gobierno de Maduro, algunos eludieron responder pretextando que “estamos lejos” del lugar donde suceden los hechos, y que la información llega distorsionada. Pero Venezuela no está tan lejos. Se habla nuestro idioma. Hay miles de venezolanos en Argentina. Hay cientos de notas y videos a favor y en contra. Alegar desinformación es insólito, sobre todo en un periodista.
      En verdad lo que de modo indirecto apuntan estas evasivas no es que los periodistas de TV no lean los diarios o que jamás hayan visto filmaciones callejeras, sino que en su opinión la información está distorsionada.
      Ocurre sin embargo que hay información a favor y en contra de Maduro, por lo que quizá lo que estas personas desean evitar es revelar qué es lo que les parece distorsionado, y qué verdadero.
      No falta información. Justamente el mismo día en que se emitió el programa de Intratables que comento, el canal Crónica TV emitió un programa especial notoriamente a favor de Maduro. El periodista argentino Santiago Cúneo, también candidato por el partido peronista, hizo una recorrida muy amigable por Caracas, acompañado por una funcionaria del gobierno que lo informaba acerca de las bondades del régimen y las falsedades de la oposición.
      En el siglo 21 un periodista no puede alegar falta de información acerca de un país situado en el otro extremo del mundo. En todo caso podrá decir que no la ha buscado. Pero decir eso, decir que estamos “muy lejos”, para referirse a Venezuela, que está en la misma Sudamérica, es asombroso.
      Lo peor es que esta chicana da una excusa al público que se autodenomina progresista para permanecer indiferente cuando el sufrimiento lo causan gobiernos que se autodenominan progresistas. He escuchado esa excusa miles de veces: “hay dos campanas” (o sea: mejor no escuchar ninguna). Conozco un progresista que ante cada noticia de atropellos cometidos por gobiernos con los que simpatiza murmura “no sé si será tan cierto”. La desconfianza no está mal, pero, extrañamente, su duda no es un motivo para informarse, para saber si es o no cierto que han cerrado un diario o arrestado un opositor, sino que con dudar se detiene y no busca más, es lo que le soluciona el problema, el argumento que lo reconforta y lo restaura en su imagen de persona informada, de avanzada.
       Otro elemento que mostró el programa Intratables sobre Venezuela, muy frecuente en Argentina, es el intento de reemplazar el compromiso con una “empatía” vacía. Muchos repitieron en el programa, y se repite a menudo, “me solidarizo”. La periodista Gisela Marziotta –la que alegó la falta de papel- incluso dijo que tenía ganas de abrazar a la colega venezolana que no tenía pasaporte. Los argentinos nos manifestamos en contra de “la violencia”.  Todas las semanas hay marchas pidiendo “justicia”.  Ya está. Con eso no hay necesidad de informarse ni pronunciarse acerca de nada en concreto. Mostramos nuestra solidaridad. Nos abrazamos, marchamos, lloramos, gritamos. No se pida más.
       Hace algunos años atrás la TV mostró un suceso patético. Un conductor había intentado pasar un piquete, lo habían bajado del auto y le habían pegado. El sujeto hablaba ante las cámaras con la cabeza ensangrentada y decía que él se solidarizaba con la protesta, incluso le parecía bien el corte de la avenida, sólo quería que dejaran un espacio para que él pudiera pasar. Poco compromiso real a favor o en contra, pero mucha solidaridad verbal.
      Advertí entonces la similitud: así como se alega la falta de información para no buscarla, así como se invocan las distorsiones para no desenmascararlas, se escucha el “me solidarizo con vos” para –paradójicamente- no comprometerse.
      Pero quizá la estrategia más frecuente en los debates políticos argentinos es nivelar moralmente todo, en lo posible para abajo. Si algo es indefendible, digamos que nada lo es.
      Varios de los panelistas en Intratables culparon tanto al gobierno como a la oposición. Así sin distinciones. Pero ¿en qué se equivoca la opositora Corina Machado? ¿Qué rescatan de su postura y qué critican? ¿O de Capriles? ¿De qué creen responsable el alcalde de Caracas? ¿Piensan que es positivo el diálogo que impulsan políticos extranjeros como el español Zapatero, o es un salvavidas para Maduro, como lo calificó Machado? No hay necesidad de entrar en detalles ni de informar nada. Es mucho más bello obrar como si fueran monjes tibetanos mirando el mundo desde arriba del Everest, y condenar todo como vanidades mundanas. Queda tan bien…y es tan fácil.
      Otro de los argumentos con los que muchos argentinos renuncian siquiera a pensar en un problema (ni hablar de elaborar una conclusión), es “no vamos a solucionar nada”, que también sonó seguido en Intratables. Preguntada por su postura sobre el gobierno de Maduro, Gisela Marziotta respondió ¿de qué sirve que yo diga algo, no le va a cambiar nada a los venezolanos?
      Obvio: ¿de qué sirve que una periodista –que a la vez es candidata a un cargo político- se pronuncie sobre un asunto de política internacional? Luego, sin advertir que se contradecía, Marziotta criticó la amenaza norteamericana diciendo que podía generar una guerra en toda la región. Obviamente sus palabras detuvieron al ejército norteamericano así que hizo bien en pronunciarse sobre ese asunto. También se sumó a la estrategia de responsabilizar genéricamente a todos, tanto a gobierno como a oposición, y esta crítica tan certera sí cambiará las cosas en Venezuela.
      Otra estrategia lamentable en los debates, que por supuestos también tiene ejemplos en Intratables, es la de exigir una justicia universal en el resto del mundo antes de ocuparse del problema discutido. Así lo hizo Marziotta que respondió a la pregunta sobre Maduro diciendo que no debíamos “rasgarnos las vestiduras” sobre sus acciones cuando en Argentina hay una presa política que es Milagros Sala, y un desaparecido llamado Santiago Maldonado. Pero, salvo que ella se considere culpable de esas cosas en Argentina, no veo que sean una mordaza que le impida hablar de los hechos que se discutían. Pero así se razona frecuentemente ¿Cómo vamos a rasgarnos las vestiduras por algún supuesto atropello de un gobierno progresista cuando los norteamericanos tiran bombas en algún lugar del medio oriente? Sólo si algún día, desde nuestro sitial en la cima del Everest, vemos que se han solucionado todos los demás conflictos y dramas humanos, entonces quizá podamos permitirnos decir algo.
      La estrategia funciona en la vida cotidiana argentina. Una persona bloquea con su auto la bajada para discapacitados y cuando se le reprocha, contesta airadamente que es inmoral ocuparse de eso cuando hay tanta corrupción en los altos niveles. Todos recordamos argumentos similares. El colmo lo protagonizó una joven de ideas muy avanzadas cuando su perro atacó a una niña. Sin disculparse, argumentó enojada que mucho peor que ese ataque era la pobreza reinante en el país. Sólo si primero alguien arregla los problemas de empleo, educación,  y paz mundial, podemos empezar a considerar mi propia responsabilidad en lo que hago. Mientras tanto, la propuesta consiste en expresar nuestra solidaridad y dar un abrazo simbólico que reconforte a todos los sufrientes.
      Por último, Marziotta recurrió al remedio extremo: descalificar el debate mismo en el que participaba llamándolo “un show”. Dijo que para ser responsables habría que hablar de política internacional, preguntarse por el significado de los hechos en Venezuela y entender sus causas. Dijo no tener tiempo para explicarlo (¿no podría haber haber dado una pista?). Este tipo de argumento es parecido al de “estamos lejos, faltan datos, lo información está distorsionada, pero ahora no te lo puedo explicar”.
      Esta estrategia es tan común en la zaraza intelectual que yo le he puesto un nombre. Lo llamo “las cosas son más complejas”. Mucha gente lanza esa declaración con aire de superioridad, como quién sabe cosas muy complicadas pero no tiene tiempo para explicarlas. Ni siquiera para recomendar algún librito del que haya sacado ese conocimiento más profundo. “Las cosas son más complejas” no es el comienzo de un esclarecimiento, es lo que lo sustituye.



Aclaración: mi posición como funcionario auxiliar de la justicia provincial me impide ingresar en debates políticos. Esa es mi razón -muy concreta- para que no discuta la cuestión de Venezuela en este humilde blog. No es la distancia, la falta de tiempo, o de información. Sin embargo, creo posible comentar al menos acerca de cómo veo que se debate y los argumentos que se usan. Los resumo:
1)   faltan datos y no los voy a buscar
2)    la información llega distorsionada pero no te voy a decir por qué o cómo,
3)    las cosas son más complicadas pero no tengo tiempo para explicártelo ahora
4)    no voy a discutir el asunto hasta tanto se arreglen primero todas las demás injusticias
5)    reconocer o negar una verdad no cambia nada
6)    todos son culpables, no me pidan nada más concreto
7)    me solidarizo con vos (ese es todo mi compromiso)

Aún con mis limitaciones, espero haber contribuido a la mejora del modo en que debatimos