martes, 2 de agosto de 2011

Comentario al libro Gulag de Anne Applebaum


La palabra Gulag designa al sistema de campos de concentración y trabajo forzado que existió en la Unión Soviética durante la mayor parte del siglo XX: desde el comienzo de la revolución hasta su disolución oficial tiempo después de la muerte de Stalin. Siguió habiendo campos sin embargo, y clínicas psiquiáticas para enemigos del régimen hasta bien entrados los años 80. La palabra Gulag deriva de la sigla correspondiente a una de las primeras oficinas del Estado Soviético encargadas de administrar el sistema.

El libro de Anne Applebaum se destaca por la referencia frecuente que hace a las memorias escritas por los sobrevivientes del Gulag. Allí están las partes más conmovedoras del libro. He leído la versión original en inglés, pero por lo que veo en la web, también hay traducción española. El libro mereció el premio Pulitzer en el año 2004.

Este es el anuncio de una película sobre el Gulag, que no está relacionada con el libro, aunque la autora trabajó en el equipo que aportó datos históricos para la película.


Lo que conocemos (mal) como la Revolución de Octubre de 1917 produjo cantidad de prisioneros políticos. Entre ellos muchos socialistas y anarquistas que no aceptaban que Lenin obtuviera poder absoluto. En verdad, la revolución rusa –relativamente pacífica- había ocurrido meses antes, en febrero de 1917. El zar abdicó y se formó un gobierno provisional, en el que la izquierda era mayoritaria, aunque no todos respondían a Lenin. La Revolución de Octubre (llamada en ese momento “golpe”) se hizo con ayuda de algunas fuerzas del ejército (el grueso de las tropas estaba ocupado enfrentando a los alemanes en la primera guerra mundial) y sobre todo de los marineros de una base naval cercana. El objetivo del golpe fue dar poder absoluto a Lenin.

La dificultad de encontrar lugares apropiados para encarcelar a tantos opositores hizo que al comienzo los seguidores de Lenin los mantuvieran presos en altillos, en sótanos, en iglesias, y viejas mansiones. Finalmente, León Trotsky, entonces a cargo del ejército, sugirió crear campos de concentración. También propuso que los burgueses de las ciudades y los pueblos fueran llevados a esos lugares y obligados a cavar zanjas, limpiar las calles y los cuarteles, etc. También se usaron los campos de prisioneros de guerra que habían quedado vacíos luego del tratado (más bien rendición) pactado entre las nuevas autoridades y Alemania. Para 1919 ya había 21 campos de concentración registrados. Al año siguiente su número se multiplicó por cinco. La encargada de hacer los arrestos era la Cheka, la policía política del régimen, que luego sería reemplazada por otras organizaciones, y finalmente por la KGB.

Según documentos oficiales soviéticos el Gulag llegó a tener 2.500.000 prisioneros. Contando las varias décadas en las que funcionó, el propio lider ruso Khrushchev admitió que entre 1937 y 1953 17 millones de personas pasaron por el Gulag.

Anne Applebaum dedica un capítulo al primero de los campos hechos a gran escala, o más bien, conjunto de campos formado por sectores especializados en distintas tareas, y divididos en áreas para hombres y para mujeres. Los hijos quedaban en orfanatos o con familiares. Años después se empezó a tomar prisioneros también a los niños. Ese primer complejo de campos se creó en 1920 en las islas de Solovetsky, en el extremo norte.

En ese tiempo el sistema no consistía todavía en usar los prisioneros, llamados “zeks”, del modo más eficiente como trabajadores esclavos. Más bien había un sadismo caótico. Documentos oficiales de inspectores enviados desde Moscú indican que los guardias dejaban a los prisioneros desnudos por horas en el frío ártico, con las manos y los pies atados con la misma cuerda. O les daban trabajos sin sentido como mover grandes cantidades de nieve de un lado a otro, o saltar al agua helada cuando un guardia gritaba “Delfín”!
Hay páginas y páginas de horrores tomados de las memorias de prisioneros.

Curiosamente (o no tanto) el campo fue visitado por el poeta Máximo Gorki, quien le dedicó un libro lleno de alabanzas.
En este campo se inventó el sistema de alimentar a los prisioneros según el trabajo realizado. Como en los campos alemanes, algunos de los prisioneros eran puestos a cargo de otros. Uno de ellos incluso llegó a ser jefe de Solovetsky y a él se le atribuye el método de usar el alimento como forma de dominar a los prisioneros. Los más débiles o enfermos recibían raciones magras, con lo cual su situación se hacía cada vez peor. El sistema seleccionaba así quiénes sobrevivían y quiénes no. En algunas islas los prisioneros recibían nada más que sacos de harina, que tomaban en sus manos e intentaban mezclar con el agua de mar.

En sucesivos capítulos Anne Applebaum describe las etapas por las que pasaba cada prisionero. El arresto y la tortura para obtener una confesión de crímenes imaginarios y a veces insólitos, como lo es ser acusado de “cosmopolitismo”. O el granjero condenado a varios años de trabajo forzado por vender uno de sus cerdos en el mercado negro. O el muchacho de 14 años obligado a confesar que pertenecía a una organización que planeaba derrocar al régimen.

Luego venía el transporte, que como en la Alemania Nazi, era una de las partes más letales. Una primera parte en camiones, en los que los prisioneros frecuentemente iban sentados unos sobre otros. Luego los trenes de carga, con ventanas diminutas con barrotes y alambre de púa. Los prisioneros recibían agua una vez por día, y a veces nada. La tortura de la sed es otra similitud con los trenes de prisioneros alemanes.

Es difícil imaginar lo que eran esos vagones. Los prisioneros hacían sus necesidades en un gran balde que se retiraba una vez por día. Para ese momento era tan pesado que costaba levantarlo. A veces los trenes se detenían cerca de zanjas, y los prisioneros podían usarlas. Los padres con niños pequeños se peleaban por usar el agua de las zanjas para lavar los pañales de sus hijos. Un sobreviviente cuenta que al final del viaje los pañales ya tenían un color verdoso. Muchos de los bebés llegaban enfermos. Por supuesto, muchos no llegaban.

Los prisioneros que tenían que acomodarse en bodegas de barcos sufrían el hacinamiento y el ataque de los criminales comunes. Los criminales violaban y golpeaban a las mujeres hasta matarlas. A este pasar de violación en violación se le llamaba “la cinta transportadora”.

Hay capítulos sobre la llegada a los campos, la selección de prisioneros, un capítulo sobre los guardias, otro sobre las estrategias de supervivencia. Una de los datos abstractos pero que muchos podrían aprovechar como enseñanza sobre la economía, es que a pesar de que el trabajo era esclavo, el Gulag nunca dio ganancias, siempre gastó más de lo que produjo. Muchas de las obras monumentales en las que trabajaron y murieron miles de hombres y mujeres no siervieron para nada. Se habían ordenado simplemente para tener contento a Stalin, y varias de esas obras se abandonaron a poco de su muerte.

También hay poemas, y pasajes hermosos que muestran lo mejor que a veces se encuentra en hombres y mujeres. Un prisionero guardó y secó con cuidado pedacitos minúsculos de pan durante mucho tiempo, para usarlos en un escape. Nunca pudo escapar, pero a los que se burlaban de él les dijo: “No deberían reírse de eso. He sobrevivido al campo gracias a la esperanza del escape. Y he sobrevivido a la morgue (el lugar donde los enfermos eran dejados a morir) gracias a mi reserva de pan. Un hombre no puede sobrevivir si no sabe para qué vive.”

También hay un relato detallado de una de las últimas revueltas de prisioneros, en el campo de Kengir, en el año 1954. Eran 13.500 prisioneros cantando himnos, haciendo funcionar un motor eléctrico con agua para transmitir por radio y hacer saber al resto del mundo lo que les pasaba. Había parejas que se habían casado en el campo, algunos sin haberse visto nunca, por papeles que se tiraban de la sección de hombres a la de mujeres. Romper el muro y encontrarse. Cuando finalmente los tanques entraron al campo, una de esas parejas se paró frente a ellos. Murieron tomados de la mano.

También hay cosas vergonzosas, y de entre ellas me impresiona la actitud de tantos intelectuales occidentales. Su trabajo consciente, largo, y metódico para justificar, negar, ocultar, y subestimar al Gulag es increíble. Y la mayoría de esos escritores, comentaristas, periodistas, políticos, e historiadores lo hizo sin recibir ninguna retribución económica de la Unión Soviética.

En el libro se recoge el testimonio de un sobreviviente que escapó de un campo siendo niño, junto a su padre. Cuenta que una vez a salvo, su padre escribió un libro en el que contó lo que vio en los campos. Estaba seguro de que cuando el libro se publicara, el mundo se daría por enterado, y las cosas cambiarían. El libro se publicó, pocos lo leyeron, y nada cambió.

Fuera de un número reducido de gente honesta, buena parte de los intelectuales occidentales continuaría hoy colaborando en el ocultamiento, como lo hicieron durante durante tanto tiempo. Si fuera por ellos, el Gulag seguiría siendo desconocido. Pero finalmente, luego de la avalancha de datos, de libros de memorias, de investigaciones, de apertura de archivos, los rusos mismos comprendieron y condenaron ese pasado terrible. La foto corresponde a una parte del monumento a las víctimas del Gulag, que hoy se puede ver en el centro de Moscú.