Al comienzo de su carrera el historiador
británico Eric Hobsbawm escribió junto con su colega Raymond Williams un
panfleto en el que justificaban la invasión que la Unión Soviética había hecho de
Finlandia (1939-1940). Muchos años después, Williams explicó en una entrevista
que ellos no tenían mucha idea del asunto, que simplemente recibían material
histórico para hacer esa tarea porque tenían cierta habilidad con el lenguaje
(la anécdota ha sido mencionada en muchos diarios ingleses, basta buscar en la
web: Hobsbawm soviet invasion of Finland).
Años más tarde Hobsbawm llevaría esa tarea a
otra dimensión. Escribiría extensos libros de historia tendientes a justificar a
la Unión Soviética.
Y cuando ello no fuera posible, a minimizar sus horrores. También, a tratar de
salvar algo de su legado para usarlo en otro intento.
No debe extrañar entonces que los libros de
Hobsbawm tengan una muy favorable recepción en la Argentina. Son
texto de estudio en las universidades, e incluso he visto que se emplean para
cursos de historia complementarios del secundario, o para la tercera edad. Tras
la muerte de Hobsbawm el 1 de octubre de 2012, el diario La Nación publicó cuatro artículos (de Maximiliano Tomas, Luisa Corradini, Andrés Reggiani, y Ana María Vara), con
elogios que superaron con creces los dados al historiador en la propia Gran
Bretaña. El dato es particularmente revelador del dominio absoluto de Hobsbawm en
los medios intelectuales argentinos, si se tiene en cuenta que La Nación es –de entre todos
los diarios argentinos– el más alejado de la ideología marxista de Hobsbawm. Maximiliano
Tomás llegó a escribir que Hobsbawm quizá significó para la historia lo que Einstein
fue para la física.
Sin ser un historiador, me permito disentir con
esa afirmación. Creo que los libros de Hobsbawm están plagados de las más
evidentes distorsiones históricas, todas ellas destinadas a encontrar logros
que puedan adjudicarse a la Unión Soviética.
El obrero norteamericano ganaba bien gracias a Stalin
Un ejemplo notable de esa concepción
propagandística de la tarea del historiador se puede ver en la nota que Hobsbawm
escribió tras la caída del muro de Berlín, y la disolución de la Unión Soviética. El artículo
llevaba el nostálgico título Adiós a todo
aquello (“Goodbye To All That”, publicado en Marxism Today, october 1990). Entre otras cosas, allí Hobsbawm argumentaba
que “…más allá de lo que Stalin pueda haberle hecho a los rusos, fue bueno para
la gente común de occidente”. ¿Cómo? Pues sí nos explica Hobsbawm: resulta que
gracias al miedo que inspiraba Stalin en los líderes capitalistas de occidente,
ellos se convencieron de que debían mejorar el nivel de vida de la gente común,
lo que resultó en mejores sueldos y seguridad social. Así es, los sueldos en
Estados Unidos eran más altos gracias a Stalin.
Lo que ese argumento demuestra es mucho más que el
ingenio desbordado de Hobsbawm para encontrar motivos de alabanza a la Unión Soviética , o suavizar las
críticas inevitables. También demuestra un desconocimiento alarmante de la
forma en la que se establecen los salarios en una economía competitiva, y diría
más, muestra un desconocimiento básico de lo que es el mundo.
Los sueldos en Estados Unidos eran más altos que
en la Unión Soviética
por las mismas razones que hacían que ya fueran más altos que los pagados en la Rusia de los zares. El
trabajo de los obreros norteamericanos era y es más productivo porque dispone
de más capital (herramientas más avanzadas, etc.) y tiene una dirección
empresarial con menos trabas burocráticas. Todavía hoy la productividad de
trabajo en Estados Unidos (valor producido por hora trabajada), es casi el
triple que el de la Federación Rusa.
Las estadísticas están en la web.
Hobsbawm parece no haber sido capaz de razonar que
si la causa de los mejores sueldos occidentales fuera el miedo de algunos
dirigentes, entonces los sueldos debieron haber bajado en occidente cuando ese
miedo dejó de tener motivo, luego de la disolución de la Unión Soviética. ¿Bajaron los
sueldos occidentales porque cayó el muro de Berlín?
El argumento de Hobsbawm revela una visión del
mundo en la que una camarilla de dirigentes y empresarios fija los sueldos de
acuerdo a sus miedos y estrategias políticas. Esta visión corresponde más a una
película de James Bond que a la realidad. Marx mismo hubiera advertido que las
razones que explican los niveles de salarios tienen que buscarse en mecanismos
impersonales del mercado, y no en estrategias políticas.
Esa visión irreal del mundo le impide a Hobsbawm dar
alguna explicación coherente de los más importantes acontecimientos históricos.
Cuando en su libro Historia del Siglo XX
debe analizar el fracaso de la economía soviética, dice que Estados Unidos tuvo
la ventaja de ver cómo “sus satélites” (Europa y Japón) se convertían en
economías florecientes. Apunta que ello se debió a “buena suerte histórica” y a
la “política” norteamericana. Obviamente hay cientos de razones por las cuales
los países de Europa occidental –que no eran satélites, no en el sentido en el
que lo eran Hungría o la Alemania Oriental-
progresaron y que no tienen nada que ver con la suerte.
La forma más corriente con la que Hobsbawm distorsiona
los hechos es –como en el caso de su intento de hacer comparables las
situaciones de las dos Alemanias llamándolas a ambas “satélites”- la de
insertar breves afirmaciones que se dan por evidentes, sin dar mayores razones.
Es que cuando se las analiza de cerca se revela la distorsión. Hobsbawm mismo
califica a muchas de esas afirmaciones como “paradójicas” o “ironías de la
historia”. Así por ejemplo sostiene que la Unión Soviética salvó al mundo
occidental en la segunda guerra mundial al vencer a Hitler.
Cualquier niño de escuela al que se deje pensar por sí solo unos minutos advertirá que Stalin se salvó a sí mismo. Mientras los Nazis atacaban a Polonia, a Francia, Holanda, y Gran Bretaña, Stalin miraba satisfecho los acontecimientos. Los partidos comunistas de occidente incluso recibieron la orden de oponerse al esfuerzo de guerra, y así lo hicieron en Francia y en Gran Bretaña. Militantes de izquierda protestaron en Londres, y el diario británico comunista Daily Worker describió a los aliados como "la máquina de guerra imperialista". La orden de apoyar la guerra contra Hitler sólo se dio cuando él decidió invadirla Unión Soviética.
Cualquier niño de escuela al que se deje pensar por sí solo unos minutos advertirá que Stalin se salvó a sí mismo. Mientras los Nazis atacaban a Polonia, a Francia, Holanda, y Gran Bretaña, Stalin miraba satisfecho los acontecimientos. Los partidos comunistas de occidente incluso recibieron la orden de oponerse al esfuerzo de guerra, y así lo hicieron en Francia y en Gran Bretaña. Militantes de izquierda protestaron en Londres, y el diario británico comunista Daily Worker describió a los aliados como "la máquina de guerra imperialista". La orden de apoyar la guerra contra Hitler sólo se dio cuando él decidió invadir
Pero todavía hay más. La segunda guerra mundial
comienza con la invasión alemana y
soviética a Polonia. Este hecho evidente es imposible de negar, pero se
menciona poco. Siempre se habla y se escribe sobre la invasión alemana…cuando
del otro lado las tropas soviéticas también cañoneaban e invadían a los
polacos. Hitler invadió Polonía sin importarle el ultimátum de Francia y Gran
Bretaña, pero contando con un pacto con la Unión Soviética.
Soldados nazis y soviéticos celebrando con un desfile conjunto la invasión a Polonia
“Cierta habilidad con el lenguaje”
Hobsbawm es poco convincente cuando se decide a
dar argumentos. Lo que sí abunda en su obra son los rótulos. Se confirmó con
creces aquella referencia inicial acerca de su habilidad con el lenguaje cuando
se le encargó defender la invasión a Finlandia. A las revoluciones que no son
marxistas las rotula como “burguesas”. Al debate entre los defensores del
capitalismo y del comunismo lo compara desdeñosamente con una guerra religiosa. Sobre todo, usa constantemente
adjetivos de catástrofe: sus libros abundan en frases sobre el hundimiento de
los mercados, el desmoronamiento del capitalismo, la caída, la disolución del
cemento que sostiene las instituciones. Las creencias liberales se “desploman”
todo el tiempo. Si uno lee La Historia del Siglo XX, llegará a convencerse de que todo se “desmorona” constantemente en el capitalismo. Si uno observa la
historia en cambio –y es historia reciente– comprobará que lo que se desmoronó
fueron los regímenes comunistas.
En su esfuerzo propagandístico Hobsbawm hace poco
uso de la teoría marxista, aunque emplee ciertas palabras como “clase”, “contradicciones”,
etc., que dan un sabor marxista a sus libros. Pero es un sabor añadido, que no
llega a los ingredientes fundamentales de la obra de Hobsbawm. Es necesario
tener en cuenta que el marxismo es una teoría económica e histórica específica,
no una bolsa informe en la que se pueda introducir un poco de todo, desde
algunas nociones Keynesianas, hasta la anti-globalización. Es tarea del
propagandista usar todo argumento que pueda tener efecto. Pero el marxismo no
es eso, sino una teoría definida, que parte del concepto de plusvalía, que a su
vez se basa en una explicación específica acerca del valor de cambio de las
mercaderías: la teoría del valor trabajo.
Más allá de sus simpatías con la Unión Soviética , y
su declarada admiración por Marx, Hobsbawm no muestra en sus libros interés
alguno por las ideas propiamente marxistas. Tampoco les interesa eso a sus
lectores. He leído algunos comentarios que tratan de explicar este desinterés
tan típicamente marxista por las ideas de Marx señalando que esa teoría no es
“cerrada”. Si con esto se quiere decir que sus conceptos fundamentales pueden
aplicarse a distintos hechos, nadie lo discute. Pero si lo que se alega es que
por “marxismo” puede entenderse cualquier idea más o menos opuesta al
capitalismo (muchas de las cuales combatió Marx), y dejar de lado como trasto
incómodo y sin valor explicativo las teorías del valor-trabajo, la plusvalía, etc.
entonces se convierte al marxismo en un rótulo más.
El método de la distorsión histórica
Las distorsiones de Hobsbawm se dan en cada una de
las páginas que escribió. Y siempre se ve el mismo método: son afirmaciones
como al pasar, que se dan por evidentes. Abro uno de los artículos de Hobsbawm en
Marxism Today: titulado Rescatado de las Cenizas, y veo un
ejemplo de lo que acabo de decir. Hobsbawm escribe que en la primera mitad del
siglo XX el capitalismo pareció darle la razón a los pronósticos de derrumbe que Marx pronunciara desde 1848, ya
que –dice Hobsbawm– “el capitalismo fue a dos guerras mundiales”.
Luego sigue enumerando otros pecados del
capitalismo, pero paremos allí y pensemos un poco. No es cierto que “el
capitalismo” haya ido a dos guerras. La segunda guerra mundial empezó cuando dos estados totalitarios y anti-liberales invadieron Polonia. Hobsbawm mismo dice en su Historia del Siglo XX que el
Nacional-Socialismo era claramente anti-liberal. Hitler combatió el libre
mercado, y embarcó a Alemania en una economía dirigida desde el Estado.
Video Neonazi tomado de YouTube que muestra claramente el carácter anti-capitalista del Nacional-Socialismo. En cambio, los historiadores que necesitan atacar el capitalismo tratan siempre de minimizar la radical oposición entre capitalismo y Nazismo. Los Neonazis dan una versión más genuina de la ideología en la que ellos creen
En Alemania, el famoso teórico filo-Marxista Werner Sombart se
convirtió sin necesidad de hacer muchos cambios en sus ideas en filo-Nazi, y en su libro Héroes
y Comerciantes, contrapuso el ideal comunitario y nacionalista alemán con la
despreciable moralidad individualista y comercial que él identificaba con Gran
Bretaña.
Hitler llamó a los británicos “almaceneros”, y
durante toda la guerra sus oficinas de propaganda describieron a las potencias
occidentales como “plutocracias”. Hitler mantuvo la propiedad privada, pero las
empresas pasaron a ser ejecutoras del plan estatal. Y el que se oponía e
intentaba elegir libremente los destinos de su propia fábrica, como lo intentó
el empresario aeronáutico Hugo Junkers, terminó preso.
Pero la frase de Hobsbawm “el capitalismo fue a
dos guerras” también es falsa respecto de la primera guerra mundial. Ya
entonces Alemania estaba dominada por una ideología anti-liberal, y fuertemente
estatista. Y antes todavía, Bismark había creado el socialismo de Estado en
Alemania (en realidad el socialismo real
siempre es “de Estado”).
Por último, también es evidente que la Unión Soviética fue uno de los dos Estados totalitarios que participó de la
segunda guerra mundial –y de la invasión que le dio inicio– así que la frase “el capitalismo fue a dos guerras
mundiales” es sólo una muestra de la confianza ilimitada que Hobsbawm tenía en
la docilidad de sus lectores.
Se dirá que si bien estas afirmaciones distorsionan
los hechos de forma evidente y fundamental, son meras frases aisladas. Pero es
que ellas, repetidas en mil variantes, son las que dan contenido a la obra de Hobsbawm.
En los pocos momentos en los que abandona ese “método” y se atreve a brindar
algún razonamiento, falla estrepitosamente, como cuando intenta explicar los
buenos sueldos en Estados Unidos y Europa occidental gracias al camarada
Stalin.
“Casi sin coerción…”
El dominio de Hobsbawm sobre los académicos
argentinos, incluso los que no se consideran marxistas, es notable. Hobsbawm también
fue admirado en Gran Bretaña, aunque no con la cómoda unanimidad que parece
reinar en Argentina. Poco tiempo después de su muerte, y luego de algunos
elogios, una nota en el diario Times de Londres recordaba una de las tantas
distorsiones históricas que llevan el sello de Hobsbawm. Decía él en su libro
“On History” (traduzco de la cita del Times) que “por más que al final los
sistemas comunistas hayan resultado frágiles, sólo usaron muy poca coerción
armada, meramente nominal, para mantenerse desde 1957 a 1989” .
Como siempre, Hobsbawm recorta hábilmente sus “períodos
históricos”. En 1956 la Unión Soviética
invadió Hungría, y por eso le basta con empezar en 1957 para dejar ese hecho
afuera. Pero de todos modos le queda adentro la invasión a Checoeslovaquia.
Aquí también, como frase obvia lanzada al pasar, Hobsbawm minimiza un ejército
de medio millón de soldados que invade un país, por el pecado de intentar otra
versión del socialismo. Por supuesto, la frase también minimiza el muro de
Berlín con sus centinelas, y la persecución de disidentes en la propia Unión Soviética.
Cierto…muy poco uso de la fuerza armada, casi nominal...
Praga, 1968