Desfilan en los canales de
televisión economistas mediáticos que aseguran que la brusca caída
en la cotización del peso argentino es beneficiosa. Algunos explican que así los valores “se han sincerado”, expresión
que ya pasa a repetir el público que escucha semejantes mensajes.
Los expertos televisivos opinan
que es bueno que el dólar esté a 60 pesos porque mejora la
competitividad de nuestra economía; así nuestros productos pasan a
ser más baratos y hay mayores chances para venderlos en el exterior.
Escribí a mediados de 2015 una nota (link) en la que señalaba que a
mi juicio esa evaluación era equivocada. Hoy se repite ese error con
el mismo entusiasmo de siempre, así que me gustaría añadir algunas
cosas.
Por qué la devaluación
no nos hace más competitivos
Si la devaluación del poder
adquisitivo de una moneda fuera el método de mejorar la
competitividad, entonces Argentina debería ser el país más
competitivo el mundo. Leo en un diario (link) que desde su creación
el peso ha perdido 13 ceros, ya que de otra manera tendríamos que hacer nuestras cuentas en miles de cuatrillones ¿Por qué entonces,
luego de insistir tanto en reducir el valor de nuestra moneda no
logramos ser más competivos sino menos?
Se dirá que lo que ocurre es que
el efecto benéfico de la devaluación no dura mucho porque al poco
tiempo los precios y salarios aumentan con lo que el resultado neto
es un mero cambio numérico, y no una mejora en la competitividad.
Según esta explicación, los beneficios serían duraderos si los
precios y salarios argentinos (sobre todo estos últimos) no se
recuperaran, si permanecieran deprimidos luego haberse depreciado la
moneda en la que están expresados.
Ejemplo de ese “logro” -se nos
dice- sería la devaluación producida durante el gobierno del
presidente Eduardo Duhalde, luego del derrocamiento del presidente
Fernando de la Rúa. El peso pasó a tener la cuarta parte de su
valor pero por un tiempo considerable los sueldos no se recuperaron.
Todavía hoy se repite como si fuera un rezo que “Remes Lenicov
hizo el trabajo sucio” que permitió la recuperación argentina
(Remes Lenicov era el ministro de economía de Duhalde) ¿Por qué
los sueldos no subieron con la inflación? Es que en el año 2002
hubo un desempleo fenomenal y niveles récord de pobreza. La gente se
daba por contenta si al menos conservaba el empleo. O sea, para que
funcione el método debe haber devaluación pero también desempleo y
pobreza generalizada. Quizá por eso a ese “logro” del presidente
Duhalde se lo llama “trabajo sucio” pero necesario. O así se
cree.
Pero incluso la desocupación no
le hubiera bastado al presidente Duhalde para contener reclamos si no
hubiera tenido el dominio absoluto del Congreso. La cúpula del
partido opositor era comandada por Raúl Alfonsín, en ese momento de
total acuerdo con Duhalde en cuanto a la vía elegida. El Congreso
votó todas las leyes económicas que le envió el gobierno. Esa
unión de los dos partidos mayoritarios, o al menos de sus
dirigentes, tampoco es frecuente en nuestra historia.
Recapitulemos la receta: para que la
devaluación -el “trabajo sucio”- nos haga más competitivos como
nación, se necesita enorme pobreza, extrema desocupación, y un
gobierno sin oposición.
Y entonces ¿por qué las
repúblicas bananeras, que reúnen todas esas condiciones, no son
competitivas?
Peor todavía, la Argentina no es
aún -al menos de modo completo- una república bananera, así
que no es posible mantener por mucho tiempo y de modo simultáneo las
tres condiciones: pobreza, desocupación, y un gobierno unido a su
oposición.
El “trabajo sucio”
(e inútil)
El método Duhaldista de
recuperación económica no hubiera durado mucho tiempo. En algún
momento hubieran empezado a arreciar los reclamos salariales y
algunas voces se hubieran empezado a sentir en el Congreso lo que
hubiera roto finalmente el dominio de los líderes de ambos partidos
mayoritarios.
Pero, aunque sea por un tiempo
¿sirvió el “trabajo sucio”? El relato, lo que repiten los
animadores y periodistas en televisión, es que el “trabajo sucio”
de presidente Duhalde salvó al país. Cuando algunos exaltan la
trayectoria del economista Roberto Lavagna, se les suele responder
que quien hizo el verdadero trabajo fue Remes Lenicov. Lo cual parece
asumir implícitamente que ese trabajo fue meritorio. Más todavía,
en 2019 algunos parecen creer que habría que lanzar un “Trabajo
Sucio 2.0”.
Creo que esa descripción del
pasado es falsa y que la receta es funesta. El trabajo no sólo fue
sucio sino además inútil. Destruyó el ahorro y la seguridad
jurídica. Lo que hizo competitiva por un tiempo a la Argentina, o mejor dicho a
una parte de ella, fue la multiplicación del valor de los productos
agrícolas, en especial la soja. La industria siguió siendo incapaz
de colocar sus productos en el mundo, salvo honrosas excepciones que
nada tienen que ver con los supuestos beneficios de la devaluación. Recordemos además el éxito de la comitiva presidencial destinada a conquistar el mercado de Angola.
El “atraso cambiario” (traducido: tu sueldo es demasiado alto)
Me he ocupado un poco de los
hechos del pasado porque la repetición constante del relato falso
sobre ellos tiene consecuencias en el presente. No aprendemos de la
historia, aprendemos del relato. Los animadores, expertos, y
políticos que hoy desfilan por la televisión (que ya no se
distinguen mucho unos de otros) opinan acerca de cuál sería el
“dólar competitivo”, y afirman a la pasada que el dólar está
“retrasado”, que hay o había “retraso cambiario”.
Lo que quieren decir, pero les
cuesta afirmarlo directamente, es que el peso debería valer menos.
Es obvio que lo que cambia su valor no es el dólar ni el euro, sino
nuestra moneda.
Lamentablemente, aveces un simple
cambio en las palabras hace que lo horrible no parezca tan feo. Los
animadores-expertos-políticos prefieren hablar como si todas las
monedas del mundo hubieran subido cuando la verdad que cualquiera
entiende es que la nuestra vale menos. Pero esa no es la inexactitud
principal. Lo cierto es que lo que los animadores-expertos-políticos
nos dicen cuando hablan ligeramente del “dólar competitivo” es
que nuestros sueldos son muy altos y que si bajan nuestra economía
se volverá más competitiva.
Basta pensar un momento para
advertir que si el valor de cambio del peso bajara pero todos los
precios y salarios crecieran a la par, el supuesto beneficio no
existiría. Y como nadie hace inversiones en la industria pensando en
condiciones que a poco cambiarán, lo que se necesita es un
empobrecimiento sostenido en el tiempo. Trataríamos de competir con
los sueldos chinos.
Como ese “trabajo sucio 2.0”
resulta difícil de vender al público, es necesario usar eufemismos.
“Atraso cambiario” suena como si habláramos de un reloj que
necesita una vuelta de manecilla.
Una de las cosas que hacen terriblemente
ineficiente (e injusto) al método de mover la mancilla es que cambia
todos los valores. A diferencia del mercado, opera de forma
indiscriminada. Además, se pierden los ahorros, desaparece el crédito, y
bajan todos los sueldos, incluso los de los trabajadores de
actividades que no necesitaban ese “estímulo” para ser
competitivas. La posterior recuperación salarial no sólo evapora
los efectos de la pócima mágica, sino que hace confusas las señales
que deberían ofrecer el sistema de precios y el del mercado laboral.
Hace permanente y dramática la lucha por el salario, que se
transforma en lucha política y donde los que ganan no son los que
ofrecen mejores servicios y productos sino los que pueden ejercer más
presión. Por ello es que movemos la manecilla de tanto en tanto y no
logramos la prometida competitividad.
¿Qué datos mira el
mundo?
La devaluación de agosto de 2019
no alcanzó los niveles de la de 2002, todavía. No se produjo
con ningún decreto sino porque se prevé una vuelta a los métodos
ya ensayados por el anterior gobierno durante más de una década:
cerrar la economía, congelar precios, renegociar compulsivamente (otro eufemismo contradictorio) las
deudas internas y externas, y cuando todo eso vuelva a fallar,
imprimir billetes.
La oquedad de algunas cabezas hace
que puedan creer que el resultado de su voto nada tiene que ver con la depreciación del poder adquisitivo
de los billetes que tienen en el bolsillo, ni con la caída de las acciones de empresas argentinas. El peso argentino
se desplomó al conocerse el alto porcentaje de argentinos que desea ver otra vez la misma obra y con el mismo elenco de actores por
todos conocido. Sin embargo, algunos afirman y juran que entre una
cosa y la otra no hay relación.
Ahora bien, los inversores no
suelen tener la cabeza hueca. No han estudiado el relato, ni siguen a la
televisión argentina para orientarse en sus decisiones. Echemos en cambio una
mirada al informe del Foro Económico Mundial acerca de la
competitividad (link). A muchos alcornoques locales les resultará
insólito que entre cantidad de datos y variables de ese informe no
se dé relevancia a la competitividad del “dólar alto”.
Extrañamente, el informe sobre competitividad computa la seguridad
jurídica, la innovación empresarial, el desarrollo del mercado
financiero, y hasta la educación. Eso es lo que hace competitivos a
los países. En esos aspectos, los que cuentan de verdad, Argentina
está bastante abajo, en el puesto 81, bien por detrás de Chile, de
Brasil, o de Perú.
Hay que resaltar sin embargo que
si bien el informe de 2018 (el último disponible) nos ubica en el
puesto 81 de competitividad, en el anterior que abarca el período 2013-2015 estábamos
aún peor, en el puesto 104, diferencia bastante significativa (de
muy malo a malo) que muchos liberales mediáticos argentinos descartarían para
seguir lanzando brulotes.
¿Importa la calidad
institucional?
Los alcornoques, de los que tanto
abundan, se asombrarían al ver que los países más competitivos no
son los que tienen sueldos más bajos. Lo bajo o alto de los sueldos
no es una causa de la competitividad sino su consecuencia ¿Es eso
realmente tan difícil de entender?
Entusiasmados por el “trabajo sucio
2.0”, muchos desdeñan el valor del respeto por la palabra dada en
los contratos y la confianza que merezcan las instituciones. Que nuestro
Código Civil y Comercial admita leyes retroactivas para los
contratos no despierta el menor interés, ni siquiera entre los
juristas (ver mi nota sobre ese problema). Peor todavía, en Argentina pasó casi desapercibido que un
gobierno, de común acuerdo con la oposición, removió a los jueces
de la Corte Suprema federal hasta lograr que -con una nueva
composición- dijera que saquear depósitos bancarios no violaba el
derecho de propiedad. A eso se lo llamó una “renovación” de la
Corte (otro eufemismo repetido hasta el cansancio en TV). Luego, ya
contando con esa protección tribunalicia, se expropiaron los fondos de pensión, que en
otros países son uno de los pilares del crédito y el ahorro. El
eufemismo elegido en este caso fue que se “unificaron” los
sistemas privado y el público (léase, el segundo se apoderó del
primero). Años atrás escribí un comentario en inglés sobre estos fallos. ¿Y todo eso qué tiene que ver con la competitividad?
Mucho.
Dije que como en última instancia
los sueldos dependen de competitividad y no al revés, no se avanza
bajando sueldos. Pero por la misma razón tampoco es cierto que sea
una herramienta adecuada elevarlos artificialmente. Sin embargo, en
nuestra desgraciada tierra, lo que importa es la cantidad de veces
que los animadores-expertos-políticos repiten un slogan. Ni siquiera
es relevante que sean contradictorios, que pontifiquen sobre las
bondades de un dólar alto y de “ponerle dinero en el bolsillo a la
gente”.
Algún día eso dejará de ser
creído.
Más claro imposible.
ResponderEliminarGracias por su mensaje. Creo que la confusión sobre este asunto debió haber sido explicada con toda claridad por los tantos liberales que han desfilado por TV en estos años. Al no haberlo hecho, la confusión persiste y vuelve con fuerza
EliminarCoincido totalmente
ResponderEliminarCoincido, al 100% en lo expuesto. Y lo padezco x mi actividad en la industria. No hay nadie mas ineficiente que una persona mal remunerada, y sin chances de mejorar su situación. Eficiencia es la palabra prohibida, es la que desnuda el relato. Y la pregunta sobre los "relatores" y quienes creen, es como lo del huevo y la gallina.
ResponderEliminarMuchas gracias por su aporte
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